El pasado 31
de agosto se celebró en La Cueva una nueva edición del festival solidario
Paella Rock. Este año lo recaudado se entregó al grupo de apoyo a presos de
Palencia, que dio las gracias a l@s presentes por hacer posible ese acto de solidaridad,
explicando los motivos que les ha llevado a organizarse, así como los objetivos
que pretenden alcanzar a nivel local, ya que su atención se centrará
principalmente en la prisión La Moraleja ( Dueñas), pero sin renunciar a un deseo
que comparten y persiguen: la desaparición de todas las cárceles.
Esta fue su
presentación:
El grupo de apoyo a presos de
Palencia agradece esta ayuda pero sobre
todo que podamos hablar de la cárcel desde una perspectiva distinta a la que
nos tienen acostumbrad@s los medios de comunicación, que solo muestran una
pequeña parcela de esta terrible realidad y ni siquiera de forma objetiva. Así,
nos bombardean con noticias de agresiones sexuales, violaciones, asesinatos,
crímenes horrendos… y ocultan el resto. El resultado de esta política del miedo
se traduce en una sensación de permanente inseguridad entre la población que,
cada vez más, exige que l@s culpables se pudran en la cárcel, dado que estamos
en democracia y no cabe la ejecución. Se ha creado ese estado de opinión
conforme al cual quienes llenan las cárceles son escoria y no merecen ni el
aire que respiran.
Pero la realidad es bien distinta. La
mayoría de la población penitenciaria está compuesta por hombres y mujeres
toxicóman@s, enferm@s mentales, por personas que caminan por el filo de la
navaja de la marginalidad y cuyo delito fue robar o trapichear con drogas o
ambas cosas a la vez. A pesar de las estadísticas se niega esta realidad porque
hacerlo sería como reconocer las vergonzosas desigualdades económicas, sociales
y culturales que imperan y que subyacen en esta clase de delitos. Se niega esta
realidad porque la conciencia colectiva se queda mucho más tranquila creyendo
que las cárceles están para protegerles de esos monstruos que les muestran los
medios en vez de como maquinaria del Estado para ejercer el control social de
la mano de obra sobrante y mantener el orden público.
Mientras Instituciones Penitenciarias
y medios de comunicación se esfuerzan en trasladar una imagen de la cárcel como
hotel de cinco estrellas, donde pasar un tiempo y salir hecho un hombre o mujer
( imagen que se asemejaría a la de estos realities televisivos donde por pasta
se banaliza hasta lo grotesco las condiciones de vida en prisión), lo cierto es
que las cárceles del siglo XXI son polvorines de baja intensidad, una vez
ahogadas en sangre las luchas anticarcelarias del pasado que tan lejanas nos
parecen. Polvorines que se mantienen con relativa calma gracias a la brutal
represión y sobre todo a la administración ingente de pastillas y metadona. En
este contexto de alienación, donde la propia vida vale una mierda y la de l@s
demás ni eso, se da el caldo de cultivo perfecto para toda arbitrariedad, todo
abuso, todo maltrato por parte de la autoridad.
No es pretensión de este grupo
transformar este estado de cosas, ojalá pudiéramos. Pero sí tenemos cierto
margen de maniobra y con la aportación del Paella Rock y de otr@s compañer@s,
comenzar a prestar asesoramiento jurídico y apoyo económico a quien más lo
necesite. La cárcel es antes que nada un inmenso negocio montado a costa de l@s
más desfavorecid@s, a l@s que se usa como materia prima, mano de obra esclava y
consumidor@s forzos@s de sus productos y servicios. No vamos a entrar en lo que genera la
construcción, equipamiento y mantenimiento de estos centros de exterminio,
tampoco en los pingües beneficios obtenidos de la explotación laboral de las
personas presas. Hablamos del día a día en prisión. Salvo el kit de aseo
personal y limpieza y la bazofia de rancho que se reparte tres veces al día,
todo lo demás se compra en el economato a través de la cuenta de peculio que
tiene cada pres@: comida, café, tabaco, folios, sobres, sellos, tarjetas
telefónicas… En estas pequeñas cosas sí podemos aportar nuestro granito de
arena. En todo caso, el principal objetivo de este grupo es denunciar qué es la
cárcel y lo que ocurre entre sus muros, dado que la demolición parece tan
lejana.
Nos definimos abolicionistas porque
constatamos que tras siglos de funcionamiento la cárcel no cumple ni una sola
de las finalidades que dice arrogarse. Ni siquiera sirve como amenaza contra el
delito porque cuando la necesidad manda no hay muros que la contengan. La
cárcel ni reinserta ni rehabilita ni reeduca ni nada que se lo parezca. De
hecho, causa más daño que el que pretende evitar. De las secuelas que deja la
cárcel se ha hablado largo y tendido, mayores cuanta más larga es la condena,
irreversibles algunas.
Abolicionistas porque la cárcel nos
niega toda posibilidad de resolver los conflictos sociales no siendo con la
denuncia y la amenaza de su sombra.
Tenemos La Moraleja a quince minutos
de aquí. Una macrocárcel que se construye en 1997. Los años 90 fueron muy
propicios para levantar esta clase de infraestructuras: Mansilla (1999),
Teixeiro (1998), A Lama (1998), Soto (1995), Aranjuez (1998)…entre otras, se
ponen en funcionamiento en estas fechas. En el caso de La Moraleja, la excusa
principal fue que la vieja prisión provincial no reunía las mínimas condiciones
de habitabilidad. Se trataba de una cárcel pequeña, oscura, húmeda y fría. Las
nuevas instalaciones, con cabida para 1100 almas, dispondrían de piscina,
polideportivo, biblioteca, talleres…una macrocárcel con todo tipo de servicios
y comodidades, de ahí su nombre.
Durante los primeros años de funcionamiento
La Moraleja muestra su cara más amable en lacrimógenos programas televisivos
como El Coro de la Cárcel, aunque algunos problemas como la superpoblación, que
en 2007 alcanza los 1800 reclusos, genera tensiones difíciles de ocultar:
peleas, agresiones, conflictos constantes en enfermería…
Con el cambio de dirección se produce
un endurecimiento de las condiciones de vida hasta que en 2017 estalla el
escándalo de la celda 61. Francisco Javier Díez Colado es denunciado por sus
carceleros por atentar contra la vida y la integridad física y moral de las
personas que tiene bajo su custodia, es decir, es acusado de torturador. En esa
celda, sellada, sin ventilación, sin agua y con luz permanente y dos cámaras de
vigilancia las 24 horas del día, se recluía a los sospechosos de esconder
drogas en su cuerpo hasta que las expulsaran. De los cinco presos que declaran
haber pasado por allí, solo uno llevaba algo, los demás salieron después de
pasar una semana con una botella de agua al día e intentar suicidarse. El caso
está aún pendiente de resolución, aunque la Fiscalía ya había pedido su
sobreseimiento y todo indica que se archivará, como la inmensa mayoría de
denuncias por torturas y malos tratos presentadas por l@s pres@s. En esta
cárcel se deniegan sistemáticamente las autorizaciones para visitar a los
presos, se prohíben las visitas a l@s abogad@s que le resultan incómod@s al
señor Director, se usa el traslado como castigo, se da y se quita medicación de
forma arbitraria, se vulneran los más elementales derechos…
Este grupo que hoy presentamos en el
Paella Rock ha decidido, ante estas circunstancias, no mirar para otro lado.
Para acabar, animaros a que hagáis lo mismo en vuestra vida cotidiana, a
que presentéis batalla cada vez que os exploten, cada vez que os repriman, que
os manipulen y os impidan ser libres. Gracias a tod@s.
ABAJO LOS MUROS DE LAS PRISIONES.
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